El núcleo de la eficacia en la oratoria se ha roto

El Discurso como herramienta para relacionarse con los demás, depende esencialmente de la credibilidad de ese discurso. El discurso en la Argentina de hoy parece estar en una crisis casi terminal.

La posibilidad de utilizar el discurso como herramienta para relacionarse con los demás, depende esencialmente de la credibilidad de ese discurso.

Entre los aspectos específicos en los que se necesita contar con credibilidad, está la persona del orador. El orador es la fuente a partir de la cual emerge dicho discurso, es la capacitada para hacer de la información que se transmite, una información confiable.

La importancia de estos aspectos se basa en que es la comunicación la manera que tienen las personas para entablar relaciones, amorosas, laborales, jerárquicas, organizativas en sí mismas de los grupos humanos.

Sin el requisito fundamental de la credibilidad las palabras pierden su capacidad de relacionar a la gente entre sí y es allí donde se reducen las personas a la individualidad.

Increíble, pero el nombre de la cosa no es la cosa y, en los casos de falta de credibilidad, tampoco la evoca.

El lenguaje tiene sentido cuando sirve para evocar en el imaginario del auditorio lo nombrado y cuando tiene la capacidad de comunicar porque se les atribuyen a las palabras, significados comunes.

El discurso en la Argentina de hoy parece estar en una crisis casi terminal.

El abuso en la utilización de la retórica como instrumento en sí mismo, sin consistencia creíble, ha dejado a las palabras sin significado y, a los discursos, sin sentido.

La situación en la clase política es muy grave, más aún en tanto queda atrapada en una paradoja muy difícil de resolver que lamentablemente tiene consecuencias muy graves para todos los ciudadanos.

Si la herramienta para comunicarse entre las personas es la comunicación a través del discurso y éste carece de sentido, nos quedamos sin modo de comunicarnos. Nada que no sea comprobado más allá del discurso es creído.

Hemos vuelto al aspecto más primitivo de la comunicación, la necesidad de ver el hecho concreto. Esto reduce en gran medida la posibilidad de relación sobre todo en lo que se refiere a cuestiones que no tienen correlato en lo concreto. Ej.: anticipaciones, promesas, transmisión de pensamientos o de estados de ánimo, etc.

En esta situación se encuentra la clase política argentina o, como algunos prefieren, la clase dirigente.

La gravedad del problema es tal que cualquier orador será descalificado sólo por pertenecer a dicho conjunto y, el ser orador es cualidad sine qua non de pertenecer a dicho conjunto, lo que lo deja fuera de juego.

Han tomado crédito sin aval y además, no lo han pagado.

El virus de “no confiable” que ataca a personas individuales hoy atacó a un rol y se lleva consigo a todas las personas que lo ocupen.

La generalización negativa será muy difícil de revertir.

La posibilidad de generar un nuevo líder en estas condiciones requiere de mucho trabajo y será muy complejo.

Los nuevos dirigentes se encontrarán con una herencia sembrada con mucho esmero por sus antecesores a lo largo de muchos años y que, también cosecharán.

No serán creíbles a menos que “demuestren” lo contrario y deberán reconstruir el discurso como herramienta de contacto con la gente.

La palabra es un bisturí que mal usado puede acabar con una vida. Hoy por hoy acabó con una de las herramientas más importantes de la democracia.